jueves, 12 de diciembre de 2013

Los ojos de la doncella y el sueño del caballero

El caballero, ya en su lecho con ella,
nota sin hacer mucho esfuerzo.
Lo verde que son las esmeraldas
que lo miran desde un costado.

Son como un prado lleno de vegetación
en el que podría estar acostado por horas.
Son mejores que las maravillas del mundo,
perfectos a su forma y único modo.

Ambos dos, mirándose en silencio.
Él, la tierra, y ella, el pasto.
Él el fuego, y ella, el agua.
Él la voz, y ella, el canto.

Deciden enroscarse nuevamente,
abandonarse a la lujuria y el placer.
Sin embargo en ellos es distinto,
pues hay algo que comienza a florecer.

Una espina en el corazón,
un sentimiento raro, pero sin dolor.
Un mar de pensamientos contrariados,
bizarros a veces, y otras, extraños.

En el medio de la noche,
se despierta jadeante.
Pues él soñó que la doncella,
sufría de manera incesante.

Fue así como entonces,
consulto a su hechicero amigo.
Quien le recomendó como otras veces,
consultar al oráculo del pueblo contiguo.

Y en ese mar de incertidumbre,
como tifón que golpea cual herrumbre
que ingresa al torrente sanguíneo
luego de ser cortado por la espada del enemigo,

El caballero se levanta, se despide,
se coloca su armadura, se desvive
por salir a resolver la intriga
montando a caballo por más de un día.

No hubo peligros fuera de su mente,
pero su corazón a veces le sacaba lo inteligente.
¿Por qué es que quiere conseguir
la explicación de ese sueño tan vil?

Por suerte no ocurrieron más conflictos,
los pueblos ya se encontraban tranquilos.
Llegó a su destino, y sin pensarlo más,
corrió a la casa de su amigo Haggad.

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