El corcel está cansado,
se encontraba casi listo.
El corcel, bien agotado
para retomar la travesía.
Deciden parar un rato,
se baja del fiel caballo.
Le dijo al corcel plateado
quedate aquí, único aliado.
Armó así un pequeño fuego,
pudo calentarse y algo
comer: carne cazada antes
de un ciervo algo distraído.
Apagada ya la llama,
y cubierto con las pieles
de aquel ciervo, usó de mata
para que no se congele.
Es que el frío en la pradera,
suele ser muy traicionero.
Parecería mentira,
que hayan muerto varios fieles.
Esa gente que lo sigue
por defenderla sin más
que un gesto que se decide
al mostrarse más que alegre.
Súbito y sin aviso,
a lo lejos, o muy cerca,
logró escuchar un sonido
que le estremeció las piernas.
Despacito, se oyen pasos,
que provienen de las sierras,
paso débil, de una hembra
que fue herida por la hiedra.
¿Era ella, su doncella?
Tan golpeada, tan maltrecha.
Irreconocible es ella
casi muerta, su plebella.
Ella le pide su abrigo,
eso que era un bicho bueno
que fue reducido a nada,
por la fuerza de su espada.
Y la destreza de su alma,
que sirve para el combate,
lo ayudó un poco a entablar
una charla y un debate.
Fue así como fue iniciado,
un dilema sin igual.
La doncella y él, su amado,
Pudieron juntos estar.
De repente las palabras
sonaron en su cabeza.
Esas lindas, dulces letras.
Juntas son pura belleza.
Ella le confesó más
que lo que él quería oír;
que lo amaba locamente
pero así también al vil.
A él, justo a él, ¡pecado!
El más malvado individuo
ha triunfado, traicionado
el amor con lo maligno.
Él perplejo, no entendía,
cómo había eso pasado,
cómo pudo, no debía,
cómo ella lo había cambiado.
Caballero confundido,
su romance se ha perdido.
La doncella lo ha fundido,
con su tirano enemigo.
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