La dueña del antiguo reino,
de aquel reino ya olvidado
enfurencida embistió al caballero
con incoherencias y palabras de llanto.
Le recriminó que pague la deuda,
dinero que a él no le correspondía,
y a metros de su dulce doncella,
emitió pura habladuría.
Propinó improperios infundados,
eventos que jamás sucedieron,
con juglares que nunca existieron
con batallas de pocos soldados.
Él escuchaba, algo cansado,
sin embargo taciturno,
pues en esos casos el que calla
no otorga nada a su fantasioso mundo.
Él asentía, mientras pensaba,
que la dama que lo acompañó
tenía planes y el tiempo apremiaba,
y de retirarse un poco dudó.
Una vez terminada la escena,
la bruja Korvengasser se fue,
y la doncella no pudo aguardar
a su amado y su apacible corcel.
El caballero galopó en él,
diciéndole al viento su nombre,
pero Dulcinea ya estaba en el barco
que la llevaría al evento en Kisvenkorden.
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