El caballero vuelve a confundirse,
pues hay algo que no comprende.
Cómo alguien puede regresar tantas veces
mientras ataca sin defenderse.
Siente que debe quedarse,
pero a la vez huir hacia otros rumbos,
donde no exista la incertidumbre,
donde no sea fácil trepar los muros.
Así se queda entonces,
vagando y mirando su corcel
mientras sus pensamientos nadan como peces,
en esa laguna color rojo y miel.
El caballero no sabe que no hay más lugar,
entonces alguien se lo recuerda.
Deberá buscar nuevos rumbos,
para poder disipar las tinieblas.
Sin embargo una carta
lo toma algo desprevenido.
Vendrán a visitarlo,
directo al cuarto en el castillo.
Es la doncella Himmelen,
que rebosa de alegría,
dispuesta a responder
aquellas dudas que él tenía.
Mientras se disponen a alimentarse,
en un lugar no muy lejano
las consultas se van disipando,
más no la sangre en su tejado.
"No se comprende", él sostiene,
"cómo caminábamos felices,
sin pensar en nada ni en nadie,
y ahora me dices que no echarás raíces."
"No es eso", ella difiere,
"sino que no es esto lo que mi alma quiere",
comprendiendo de esta forma
que a cada zapato le corresponde su horma.
Ya terminado el pequeño banquete,
se dirigen al salón anterior
donde juguetean entre ellos
y él le brinda calor.
Sin embargo, caída la noche,
un tiempo largo tras la última campanada
ella algo arrepentida se levanta
y desea regresar antes del alba.
Muy educada ella consulta
si él se encuentra enojado;
el caballero, sin dudarlo
le contesta que lo está algo.
Y así se envuelven
en un nuevo debate
donde las palabras y el tacto
se entremezclan por un buen rato.
Ella ya cansada,
solicita que la acompañe al carruaje.
Él no lo está tanto,
pero entiende que sería un garabato
Prolongar lo improlongable,
Intentar lo inalcanzable,
compartir un poco más
en esa noche de romance.