Poco a poco va pasando,
el guerrero la tempestad.
Las aguas se tornaron calmas,
no hay demonios por matar.
Ancla el barco el capitán,
a unos metros de la orilla.
No hace falta el altamar,
ni esconderse tras la escotilla.
Ya el sendero se adentra,
en la oscura selva tupida.
Sin embargo no hay nadie,
solo hierba sin estampida.
De repente, en un claro,
una cascada y agua limpia.
Decide por fin relajarse
Ya que fue larga la corrida.
Se propone un campamento,
hecho de hojas de palmera.
Su cobijo son luna y estrellas,
en su mente aquella belleza.
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